Puede dime, Dios mío y Señor, por Tu infinita misericordia, lo que Tpu eres para mi. Responde, diciendo a mi alma: Yo soy tu sslud eterna. Mas decíselo de tal modo, que lo oiga bien y lo entienda. He aquí, Señor, delante de Ti los oidos de mi corazón: ábrelos Tú, y dí a mi alma: Yo soy tu salud. Que al oir esta voz, yo correré siguiéndola, y me abrigaré contigo. No me ocultes la hermosura de Tu rostro. Muera yo para verlo y no moriré dejándole de ver.
San Agustín.
Confesiones, Libro 1, cap. 5